domingo, 10 de enero de 2010

RUANDA: EL FÚTBOL Y LA VIDA

Siguiendo con las historias, iniciadas el pasado Domingo, relacionadas con el continente africano, organizador del principal evento deportivo del recien estrenado 2010, publicamos un artículo escrito por Agustín Colombo sobre Ruanda, donde se describe como el deporte, en este caso el fútbol, puede servir para unir a un pueblo.

El fútbol y la vida. El fútbol o la muerte. En Ruanda, la pelota sirvió como remedio para curar el encono entre hutus y tutsis, las dos etnias predominantes del país, que en 1994 protagonizaron lo que más tarde se denominó el Genocidio de Ruanda, una masacre de cien días en la que grupos paramilitares hutus exterminaron entre ochocientos mil y un millón de tutsis, la mayoría trozados a machetazos.
En tres meses, Ruanda había perdido todo: el 11% de su población, varias generaciones y la paz entre su castigado pueblo, hambriento de justicia y empachado de la indiferencia de los países centrales que manejan las riendas de su destino. Pero la catástrofe hizo que los ruandeses se reinventaran a sí mismos. Y uno de los bastiones para lograr la reconciliación entre su gente fue el fútbol, que tomó un papel trascendental para limar las asperezas de aquel período del ’94. El conflicto tiene su propia historia. Y quizás, el primer capítulo se haya escrito en el siglo XVI, cuando los jefes tutsis iniciaron una persecución sistemática a los reyes hutus por considerarlos súbditos de ellos. A partir de ese momento, la convivencia entre las dos tribus se quebró. Con el correr de los años, los tutsis, el 14% de la sociedad ruandesa, engendraron un poder que perduraría mucho tiempo. Se daba algo paradójico: a pesar de ser mayoría, la etnia hutu (85%) se vio sometida a una gradual sumisión, mientras que los pigmeos twas, el restante 1% de la población y dedicados a la caza en los montes, gozaban de ciertos privilegios que les brindaban los tutsis, que hacia finales del siglo XIX, y con la complicidad de la colonización alemana, instauraron un sistema clasista que relegaba a los hutus al último puesto.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918) marcó el destino del país africano. Tras el fin de la contienda, la Sociedad de Naciones –antecesora de la ONU– entregó el territorio a Bélgica, que determinó una serie de medidas en desmedro de los hutus. Quizás, la orden más emblemática que bajó desde Bruselas fue la introducción de un carné étnico para distinguir a preferidos y postergados. Además, los hutus fueron sometidos a trabajos forzados y se les prohibió el acceso a la educación hasta 1950. La muerte del Rey tutsi Mutara III Rudahigwa, quien había gobernado el país durante casi tres décadas, y una revuelta hutu que reclamaba la igualdad de sus derechos hizo que el escenario político cambiara sustancialmente: los colonos belgas apoyaron la reivindicación de los hutus, que tomaron el gobierno, abolieron la monarquía tutsi e instauraron una república en Ruanda, que se independizó, junto a su vecino Burundi, en 1962. Desde ahí, Ruanda se convirtió en la república perdida. Un general hutu, Juvenal Habyarimana, comandó un golpe de Estado en 1973 y se apoderó del gobierno. Habyarimana les devolvió todo el dolor de la historia a los tutsis, que escaparon a los países limítrofes. Un tiempo después, en 1990, algunos exiliados opositores, organizados en el Frente Patriótico Rwandés (FPR), invadieron Ruanda con el apoyo de Uganda para iniciar una guerra civil que buscaba derrocar al régimen militar. Habyarimana repetía todos los martirios del pasado: regresó al carné identificatorio, publicó listas de opositores políticos para que fueran asesinados y entrenó a grupos paramilitares para que llevaran a cabo la acción antitutsi. Un macabro déjà vu. El tratado de paz de 1993 entre el partido oficialista y el FPR pareció calmar la tensión, algo que duró poco.
El 6 de abril de 1994, el avión en el que viajaba Habyarimana fue derribado por un misil presuntamente lanzado por el FPR. El magnicidio abrió las puertas del Genocidio de Ruanda, el capítulo más sangriento de la historia del país. Ante el avance del FPR, las milicias hutus comenzaron un asesinato sistemático a la población tutsi, que intentó huir a los países cercanos. La matanza estuvo avalada e incitada por la radio pública de las Mil Colinas, el principal medio de comunicación ruandés. En tres meses, los hutus mataron a casi 800 mil tutsis, el 75% de su comunidad. El FPR también cometió diversos asesinatos contra los hutus, que resultaron menores en relación con los masivos crímenes contra los tutsis.
Ruanda, bañada en sangre, con casi el 11% de su población asesinada, inició una gradual reestructuración. 120.000 hutus fueron encarcelados por lo sucedido y muchos tutsis regresaron al país luego de su masivo éxodo para comenzar de vuelta. Y así fue.

Para los ruandeses, cada parcela de tierra más o menos llana constituye una cancha de fútbol.

En 2004, diez años después de la masacre, la Comisión de Reconciliación Nacional, encabezada por Aloisea Inyumba, organizó un encuentro de fútbol entre hutus y tutsis para encaminar la reconciliación de las dos etnias. Una modesta cancha en Gashora, a dos horas de la capital Kigali, constituyó el escenario ideal para dar una señal de esperanza. Dos mil hutus, por un lado, y dos mil tutsis, por el otro, convivieron en armonía, alentaron a sus jugadores y, principalmente, se concientizaron sobre el Genocidio que asoló ese mismo suelo una década atrás. Once prisioneros hutus, confesos autores de la barbarie e indultados por el gobierno para esclarecer los episodios, tuvieron como rivales futbolísticos a un equipo de sobrevivientes tutsis. El temor a posibles riñas hizo que custodiaran el encuentro tres soldados y un policía. El resultado, por demás anecdótico, terminó 1-0 a favor de los hutus por un gol de Eugene Ntalarutimana, quien se refirió al juego y, sobre todo, a la importancia real del mismo. “Un empate podría haber sido más justo, pero lo principal es que todos pudimos participar. El fútbol y otras actividades comunales como la construcción de casas son la forma en que todos estamos tratando de vivir juntos en paz nuevamente. No los odiamos (por los hutus). Llegan en un momento en que los necesitamos para reconstruir nuestra comunidad. Es hora de olvidar lo que sucedió”, indicó.
Uno de sus rivales, Jean-Marie, se expresó en el mismo sentido. “Cuando estábamos en la cárcel, a menudo pensábamos que el fútbol era lo único que nos podía unir, de manera que estoy muy contento de tener esta oportunidad de estar juntos y ser aceptados por esta gente cuyos parientes matamos”, dijo. Suena fuerte, pero aquí está Ruanda, comenzando de nuevo con el fútbol como mediador.

AYUNTAMIENTO DE BONARES pasión por el Deporte.